¿Un filme mexicano donde se muestre abiertamente – y por momentos a manera de denuncia – la corrupción imperante en la iglesia católica? Por increíble que parezca, las cosas en este país van cambiando poco a poco. Lo que durante décadas ha sido tabú y objeto del más alto respeto al mismo tiempo, como lo es la figura de la autoridad religiosa, ahora es mostrado desde su parte más humana y falible en El Crimen del Padre Amaro (México, 2002).
Dirigida por el siempre eficiente Carlos Carrera, la cinta ha despertado infinidad de comentarios en su contra desde meses antes de su estreno, pues la oligarquía católica y el alto clero, así como diversas asociaciones civiles de ultraderecha, la han condenado con la intención de tratar de impedir su exhibición comercial, aduciendo que “atenta contra las buenas costumbres y las creencias de todo un pueblo”. Incluso ha sido calificada de “basura” por los grupos más conservadores, pero… ¿realmente es para tanto?
En una época en la que la derecha radical se ha apoderado del poder en prácticamente todo el mundo occidental, y en un país tan excesivamente religioso (por no decir fanático) como México, un filme de esta naturaleza se convierte inmediatamente en un parte aguas para la industria fílmica nacional. No tanto por lo que muestre o no en pantalla, sino por las repercusiones que pudiera tener más adelante no a nivel social, sino respecto de la apertura de conciencia y libertad creativa que pueden tomar en lo sucesivo los realizadores nacionales.
La historia, escrita por Vicente Leñero y basada en la novela escrita en 1875 por José Maria Eça de Queiroz, muestra los hechos ocurridos en un pequeño pueblo veracruzano donde la autoridad máxima es la del Padre Benito (Sancho Gracia), quien un buen día recibe la visita de Amaro (Gael García Bernal), ingenuo e idealista joven recién ordenado sacerdote cuya convicción única es la de servir a Dios a toda costa. Pero su juventud y buen aspecto despiertan la atracción de Amelia (Ana Claudia Talancón), la inocente y sensual hija de la Sanjuanera (Angélica Aragón), quien es dueña de la fonda del pueblo y amante de Benito.
Aunque en un principio Amaro logra controlar sus impulsos naturales, termina por enamorarse de la chica, teniendo relaciones sexuales que terminan en un embarazo no deseado. Al tiempo que tiene que enfrentar a escondidas esta situación, Amaro poco a poco se va dando cuenta de la severa corrupción que impera en el medio clerical, donde abunda el lavado de dinero por parte del narcotráfico, el compadrazgo, la lujuria, la soberbia y el fanatismo.
En medio de toda esta vorágine de sentimientos encontrados, y como parte de un entorno que incluye a un cura rebelde, Natalio (Damián Alcázar), el Obispo (Ernesto Gómez Cruz) y un presidente municipal (Pedro Armendáriz Jr.) corruptos, Amaro y su idealismo poco a poco irán cediendo a la tentación hasta convertirse en parte de un medio que no deja que sus miembros vivan libremente.
Hablando puramente del filme en sí, son muchos más sus aciertos que sus errores, lo que se traduce en un trabajo sólido, bien actuado y con destellos de grandeza que seguramente lo van a poner en el ojo del huracán de la controversia, para bien o para mal. El guión de Leñero muestra la realidad de situaciones que durante siglos la iglesia católica se ha empeñado en negar, pero lo hace de una forma humana, sensible y sin agredir u ofender a nadie, por raro que parezca.
Los personajes no son satanizados ni juzgados. Simplemente son mostrados como lo que son: seres humanos con virtudes y defectos, falibles como cualquiera. Ni Carrera ni Leñero lanzan una acusación abierta hacia nada. Simplemente se limitan a presentar las cosas de una forma que, inclusive para muchos, puede llegar a ser bastante ligera. Las cosas se dan como se dan porque así es la naturaleza humana y punto.
No es un filme que intente provocar controversia o señalar a nadie, por lo menos no descaradamente, a pesar de que muchas escenas pudieran dar esa impresión. Como un buen texto del que de repente pueden ser sacadas de su contexto muchas palabras, el filme de Carrera sufrirá seguramente de lo mismo. Ahí ya dependerá del criterio y la educación – por no decir nivel cultural – de cada espectador el interpretar lo que quiera.
No conviene revelar aquí algunas escenas que podrían ser llamadas “fuertes” o “inquietantes” porque se perdería el efecto de las mismas, pero sí se puede comentar que dichas secuencias son realizadas con absoluto respeto por parte del director y los actores que participan en ellas. Y aquí está el punto más fuerte de la película: su estupendo trabajo actoral. Pocas veces es posible ver en pantalla a actores del calibre de Pedro Armendáriz, Angélica Aragón, Luis Huertas, Damián Alcázar, Ernesto Gómez Cruz o Lorenzo de Rodas, lo que representa de entrada un muy buen pretexto para ver el filme. Todos ellos brindan una interpretación que provoca que, aunque sus personajes comentan actos atroces, sean comprendidos como personas… más no justificados.
Pero el filme vive o muere por la actuación de sus dos jóvenes protagonistas. Gael sigue demostrando que es el mejor actor de su generación y un producto totalmente exportable. Como pocos a su edad, el tapatío desarrolla una naturalidad que atrapa al espectador desde el primer momento. Contrario a sus intensos papeles anteriores de chico banda (Amores Perros) o adolescente desinhibido (Y Tu Mamá También), en esta ocasión asume el rol de un joven como cualquiera, cuyo destino está enfocado hacia la parte religiosa pero que al mismo tiempo tiene las mismas necesidades de amor y placer que todos. Amaro representa, pues, las ganas de Gael de trascender y no quedarse encasillado en un mismo personaje. Aunque por momentos parece como un volcán a punto de explotar, logra salir adelante y lo logra con creces.
Por su parte, y a pesar de su poca experiencia en cine, Ana Claudia Talancón desarrolla a Amelia como una chica que, al tiempo que su religiosidad la hace tener inclusive fantasías eróticas relacionadas con Jesucristo, también es una mujer en pleno desarrollo emocional y sexual. La química entre ella y Gael es de esas que pocas veces se puede mostrar en pantalla tan eficientemente. Se nota la gran tensión sexual que existe entre sus personajes, que a la vez está mezclada con el verdadero afecto que ha nacido entre ellos. Si a eso se le agrega que ambos actores poseen un físico envidiable, el éxito está asegurado.
Quizá el único defecto que tiene la cinta es que pudo haber sido mucho más provocadora que lo que en realidad es. Por momentos da la impresión de que el tono de la cinta es demasiado light, de que Carrera no se atrevió a ser más crítico con las cosas, a llamar las cosas por su nombre, lo que es una pena dada la calidad de la historia que tuvo entre sus manos. Pero a pesar de esto, El Crimen del Padre Amaro es, sin duda, una muy buena cinta que va a ser vituperada, analizada, elogiada y satanizada, todo al mismo tiempo y por diversos sectores sociales.
Seguramente le va ir mejor en cuanto a aceptación en la Ciudad de México y quizá en algunas ciudades grandes de la República, pero su verdadero éxito seguramente lo cosechará en el extranjero. Desafortunadamente, es muy probable que no dure mucho tiempo en cartelera, pues la forma de vida en la provincia mexicana es radicalmente diferente en cuanto a ideologías y creencias. Pero bien vale la pena verla como una muestra de madurez y de cambio.
A final de cuentas, es sólo una película más sin mayores pretensiones que las de llevar a la pantalla una novela basada en hechos reales como hay muchos en la vida. Si se le dan otras interpretaciones, eso es responsabilidad de quien la vea. Con El Crimen del Padre Amaro, Carrera se anota uno de sus mayores triunfos y demuestra que el cine mexicano es capaz de ser un eficiente y sincero espejo de la realidad cotidiana. Un triunfo de la razón sobre la intolerancia que sencillamente no se puede perder.